27/10/07

Un sueño de Pino, que él transformó en cuento


EL GENERAL, LA MESA Y YO

Estimado lector (en caso de haberlo), si bien la historia que voy a referirles parece poco creíble, no menos cierto es que todas las historias oralmente volcadas irrumpen en el oído del mismo modo: como un sistema de ondas que se propaga en línea recta. Como usted sabe, la duda no es patrimonio exclusivo de los ilustrados, para quienes ha sido por siglos alimento de fundamento. Para la gente de mi barrio es moneda no menos corriente.
Si bien nunca me gustaron las apuestas, confieso que he sucumbido en este caso a la tentación y mi infortunio ha arrancado a paso firme desde aquel desdichado día en que el General cambió mi vida; porque supe que; agrio o dulce, la vida no era un bajo continuo, y aquello era un aviso.

Lo recuerdo con pasmosa claridad; cada uno de los detalles, los cuales he rebobinado y repasado una y otra vez para que se me haga carne el peso de elefante que un pequeño evento (como una apuesta) puede acarrear en la vida de un adolescente tímido como el que ilustra ésta historia. (Quien la escribe y que acredita a la fecha, tres décadas arriba)

Al General lo conocí en mi adolescencia, en el centro de Villa Luzuriaga, al volver de la compra de mi primera guitarra criolla, una Fonseca. Volvía por la calle Sarandi hacia la casa que habitaba junto a mi familia. Si bien siempre supe de su existencia (en principio de oídas), aquella imagen que observaba a lo lejos no me inquietaba en absoluto, tal vez por el erróneo pensamiento de que nunca iba a tener ningún tipo de trato con él.
Cuando lo vi por vez primera en la esquina de Arieta y Garibaldi, por algún motivo, crucé de vereda. Allí estaba; las manos tomadas en la espalda, el mentón alto, parecía siempre contener la respiración. Atuendo color beige y un sombrero, que han hecho que él viva en mi recuerdo como una de esas ilustraciones de cazadores en la meseta africana.
Algunas veces lo había encontrado escrutándome de lejos, sin proferir palabra, con su invariable rostro pletórico de un odio artificial de cara afuera (después lo supe), pero el hecho crucial fue aquel fatídico día, en que sin darme cuenta yo, el fulano estaba pisándome los talones. Estaba yo distraído observando algunos long plays de los Beatles en la disquería de aquella, “su esquina”, y su presencia me sorprendió como un rayo. Cuando me di cuenta comencé la retirada, pero ya era tarde.

Fue la tarde en que la presa supo que había un depredador y el banquete era ella misma.

Adelantándose (recuerdo con amargo sabor el beligerante redoble de sus botas detrás de mí) el General se me puso a la par. Con paso firme y una mirada que dolía, sin soltar sus manos de la espalda me lanzó una serie de insultos, agravios u obscenidades, ya que, si bien escuchaba con absoluta claridad cada una de sus palabras, en realidad no comprendía ninguna de ellas. Ignoro porque. Tal vez el terror en esos momentos me confundió, pero supe que su presencia me rodearía como un perfume agridulce, y no por poco tiempo.


Sabíamos que más de una vez se había ido a las manos y con llamativa facilidad, pero con el tiempo aprendí que como todos, habitaba en él otra persona más tierna, como una blanca Luna que nos muestra sólo una de sus dos caras y nos niega la otra, aunque ignoremos que ambas en realidad sean indivisibles, y que fluyen una en la otra. Tampoco supe el origen de tal actitud agresiva al no frecuentarlo realmente; tal vez una maniobra defensiva ante un fantasma de hostilidad social, tal vez escondía un dolor antiguo que sólo él podía medir, lo cierto es que el General se presentó un día en casa, (mi padre era herrero del barrio) una de las tantas tardes frías de invierno. (Ahora que pienso, no me he encontrado con él en otra estación del año que no sea ésa)
Lo no habitual era que yo me encontrara a solas con él, ni hubiera querido imaginar siquiera semejante evento. Él sabía que más que respeto generaba temor.
Sin golpear las manos en la puerta como habitualmente se anunciaban todos en aquellos tiempos, entró a casa por el portón del costado, movimiento reservado sólo para los amigos o vecinos íntimos. Como siempre, parecía enojado el cabrón, con la exasperante actitud de azuzar a todo el mundo, que no era más que su cotidiano modo de comunicarse.

Su: ¡Buenos Días!, me causó gran sobresalto. Era tarde para cualquier movimiento, ya estaba adentro. Ni mi perro Tom atinó siquiera a ladrar, estaba tan mansamente entregado como yo. Era su primera vez en casa. El caso es que finalmente entró y luego de tirar frases agresivas, todas ellas terminadas con un exasperante: “¡jovencito!”, lanzó una frase muy común en aquellos días provincianos:
¡¡¡En la vida no se consigue nada sin sacrificio!!! Hay que trabajar, no se da cuenta que…

El tema es que en su monólogo, me fue arrinconando, no sin sabiduría, y logró que un ¡jovencito! tímido como uno, vaya levantando presión y hasta un dejo de coraje como para empezar a contestar; primero coherentemente a algunos de sus interrogatorios, (aunque debo decir ciertamente que sabía en donde hincar el puñal, uno a uno refutaba todos mis intentos por responder con frases hechas, y esas otras que uno sabe que el otro espera de uno) y luego alzar de a poco la voz en una actitud agresiva, no distinta de la de cualquier pequeño bicho que sabe que no tiene otra salida. Pero no era yo, era un resorte que él articuló, simplemente era lo que él deseaba de mí: un paso en falso. Me agarró calentito, dispuesto a seguir con aquella actuación que iba “in crescendo”, cuando me dijo:

_ ¡Que había sido contestador el jovencito!
Seguramente no le hará asco a una apuesta.

_ ¿Apuesta?

_ ¿O le asusta?

_ Por supuesto que no. ¿De qué se trata?

_ Es muy sencillo. Usted se coloca debajo de la mesa, en cuatro patas. Yo doy tres golpes en la mesa, ¿y sabe qué?

_ ¿Qué?

_ Antes del tercer golpe lo hago salir.

_ Ya veo, seguramente me patea o algo así.

_ En absoluto, le doy mi palabra que no tendré contacto con usted; ni con mis pies ni con cualquier otro elemento. Simplemente, le aseguro que usted saldrá como le digo.

_ ¿Y qué apostamos?

_ Si Usted sale, me llevo su guitarra, y si no, pídame lo que Usted quiera, porque nunca se le dará.

_ ¿Lo debo decidir ahora?

_ ¿Qué cosa?

_ Lo que me dará si pierde.

_ Olvídese. Nunca sucederá. Pero tiene tiempo ¡y mucho!, para pensarlo.

_ Trato hecho.

Cuando me estrechó su mano, recordé la morsa de la herrería de mi padre en la que yo le había hecho lo mismo a muchas varillas del 12.
Me coloqué no sin desconfianza debajo de la mesa, y a la cuenta de tres comenzamos:
Llegó el primer golpe. Nada en absoluto, aunque debo decir que no le sacaba los ojos de encima a sus botas.
Vino el segundo golpe y tampoco sucedió nada. Esos primeros golpes no me inquietaron, porque sabía que sea cual fuere su estrategia, aunque ni siquiera me la imaginaba, vendría en el último.
¿Y sabe qué Señor lector? ¿No adivinó todavía?
¿Sí? Exacto.
El tercer golpe nunca llegó. El cabrón sonó sus botas, media vuelta izquierda y se mandó a mudar.
Cavilé durante horas en incómoda posición, pero una apuesta era una apuesta. ¿Había que resistir? ¿Debía darme por vencido? Por un momento pensé cosas absurdas, por ejemplo; que mi situación podría funcionar como musa inspiradora para escribir un cuento y describir el mundo desde allí; de cómo soy el primero en recibir los rayos del Febo poniente, de las vivencias y perspectivas de Tom a esa altura, y muchas otras historias más, pero creo que lo más importante de éste evento, fue que, si bien realmente me sentía como presa apremiada, no menos cierto era que había recibido una buena lección y que disponía de otra oportunidad, y con un poco de inteligencia podría sacar provecho de ambas.
Me compré una Faim eléctrica.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡QUÉ BUENO ESTÁ!

Creo que lo entendí como interpretación del sueño. Pero espero saber más de Pino y que la Doc.nos aclare como ella sabe hacerlo. Gracias.
Las fanáticas de JUNG , los sueños y la Psicología.

Anónimo dijo...

A veces las situaciones limites, las presiones... los desafios - apuestas - tienen ese sabor de la intriga, de querer saber que va a pasar luego de intentar superarlos. la expectativa del patadon co la bota debajo de la mesa, se diluyó rapidamente, luego del segundo golpe en la tabla de la mesa. La vida continuó ( a pesar de la posición incomoda de las 4 patas)tanto que se quedó con las gans de volver a probar para que la vida le de otra oportunidad y aprovechar beneficios... de todas formas algo cambio... al menos la guitarra dejo de ser criolla para ser electrica... para tocar otro tipo de música, no?
Es bueno, aceptar desafios.. en lo personal hay una parte de mivida que no puedo tomarlos, vaya a saber porque? En otros aspectos de mi vida los toma a cada minuto, tendré que reflexionar por ello.
Este cuento es para seguir pensando... y muchoooooooooo

Anónimo dijo...

Doc:

Nos falta la interpretación del sueño. ¿Cuándo lo va a escribir?

Perdón la exigencia, pero me quedé intrigada. Gracias

Bicho de Luz.

Anónimo dijo...

BIcho deLuz, permitime compartir la intriga y la exigencia.. la Doc debe estar trabajando en la interpretación del sueño...
( hice unapropuesta en los comentarios del poema de la escalera, ke os parece?)

Muy bueno el Blog
Salu2

Dra. Teresita Faro dijo...

Y aquí va la historia de Pino yla interpretación de su sueño.

Anónimo dijo...

SENCILLAMENTE EXCELENTE




MARTÍN